A veces vamos por la vida tan acelerados que no podemos detenernos a gozar del paisaje, a escuchar el canto de los pájaros o el sonido de las hojas secas debajo de nuestros pies.
Es entonces cuando Dios nos pregunta: … ¿dónde vas tan apurado/a?... ¿qué tan importante es lo que tienes que hacer que no dispones tiempo para disfrutar de todo lo hermoso que he creado para ti?.
Sólo cuando tenemos alguna limitación que nos obliga a bajar el ritmo y andar más despacio, es que podemos reparar en toda la hermosura que nos rodea.
No se sabe por qué razón, pero en numerosas oportunidades nos sentimos más completos, cuando hay algo que nos falta.
Cuando lo tenemos todo, no nos damos cuenta de valorar lo simple y cotidiano.
Cuando podemos aceptar y asumir las propias limitaciones, podremos seguir disfrutando de lo que sí poseemos, sin sentir que hemos fracasado.
Podremos perder cosas o seres amados, sin sentir por ello que estamos incompletos.
Atravesar experiencias fuertes y salir bien parados, sintiéndonos enteros, a pesar de todo.
Cuando seamos capaces de aceptar que la imperfección es parte de la condición de seres humanos y vivamos sin renunciar a disfrutar, habremos alcanzado el título de seres íntegros.
Dios no nos pide que no cometamos errores, eso sería imposible, somos seres falibles y…¡ Él lo sabe!...¡ si es nuestro creador!.
Lo que sí nos pide es que seamos seres íntegros y completos, tal cual él nos hizo.
Que nos arriesguemos a amar, que tengamos un corazón compasivo y perdonador, que no alberguemos oscuros sentimientos de envidia hacia el otro y que podamos alegrarnos con sus logros.
Que reconozcamos...¡¡¡ que ya tenemos la felicidad depositada en nuestro interior!!!.
Recién allí podremos alcanzar una sensación de continuo gozo a pesar de las circunstancias que nos rodeen, sabiendo que podremos levantarnos como el águila y retomar nuestro vuelo.
"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". (Mateo 5:3)