“Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos
a otros como yo os he amado, que también os améis unos a otros”
(Juan 13:34)
Es nuevo porque propone una nueva norma, el amor de Jesús.
En la última cena, momentos antes de la traición, del
abandono, del juicio, de la cruz.
Jesús les dio un ejemplo de humildad, lavando los pies de
sus discípulos (aún del que lo iba a entregar)
Una vez que Judas se marchó, estableció el mandamiento
postrero: EL AMOR.
Esa sería la señal de los cristianos, el sello distintivo…
No se distinguirían ni por el poder, ni por el dinero, ni por los ideales, ni
por la inteligencia…
No habría otra muestra verdadera, ni los intereses, ni las
raíces culturales, ni los problemas comunes, ni las convicciones políticas…
sino… ¡EL AMOR!
Al final de aquella cena, Jesús trazó no sólo el camino,
sino el modo en que habrían de caminar. Antes que portadores de “un discurso”,
antes que defensores de una moral, ellos (y nosotros) deberíamos distinguirnos
por el amor.
Amarnos unos a otros como Él lo hace… No hay otra señal más
importante que esa
“Si se aman de verdad, entonces todos sabrán que ustedes
son mis seguidores” dijo Jesús…
El amor no es solamente un sentimiento o una preferencia,
es lo que uno hace y cómo uno se relaciona con otros. Es una decisión, un
compromiso, una manera de comportarse.
Disputas, discusiones, cismas, grietas, desunión,
difamación, están actualmente de moda en esta sociedad que no tiene en cuenta a
Jesús y a sus enseñanzas.
Su amor hacia nosotros es un amor sacrificial, incondicional, constante y
espontáneo, que vela por nuestros intereses.
Este es el modelo de amor que debemos seguir. El amor es un
fruto del Espíritu Santo que es el que nos capacita a amar, cuando seguimos su
guía, es quien dulcifica nuestro carácter, nuestras palabras y nuestras acciones…
¡Démosle lugar en nuestra vida!.. ¡Dejémonos transformar
por Su amor!