sábado, 19 de septiembre de 2020

¿CÓMO ACTÚO?

Leamos la parábola del buen samaritano que está en el libro de Lucas capítulo 10, versículos el 25 al 37… 

Analicemos la reacción del samaritano ante un hombre asaltado y herido de muerte…

Tengamos en cuenta que samaritanos y judíos se odiaban, eran enemigos… Los religiosos judíos habían pasado a su lado y ni siquiera lo tuvieron en cuenta… no lo miraron… en cambio este samaritano sintió compasión por su situación y tuvo deseos de aliviar el sufrimiento causado por esa situación.

1.- Abrió sus ojos, no sólo lo vio, sino que lo miró, reconoció su necesidad y se detuvo… “Vio algo que le habló a su corazón”

2.- Abrió su corazón. Lo miró con compasión, su espíritu sintió misericordia. No pensó en sí mismo,  en su amor, en que se trataba de un judío… Su amor no tenía prejuicios.

Él no sólo abrió sus ojos, sino también su corazón y eso lo motivó a actuar.

3.- Abrió sus manos, se ocupó, atendió su necesidad física. Hizo todo lo que sabía hacer con las herramientas de las cuales disponía, le brindó los primeros auxilios.

Se esforzó, dejó de lado sus ocupaciones, sus miedos, era un camino peligroso de salteadores y ladrones, pero esto no le importó.

4.- Abrió sus posesiones, lo llevó a una posada y se hizo cargo… reconoció que todo lo que tenía provenía de Dios, Él es nuestra fuente de provisión…

5.- Le brindó su tiempo…Puso su compasión en acción, porque una cosa es sentir y otra es hacer…

A la luz de esta actitud… que es una actitud genuina que agrada a Dios… que es la actitud que tuvo Jesús ante la necesidad del hombre, preguntémonos…

¿Puedo sentir la necesidad del otro de modo que deje lo mío de lado?

Porque tal vez vemos el sufrimiento, pero no lo sentimos… esa necesidad del otro no nos moviliza a actuar…

Es necesario que nos examinemos… ¿estamos dispuestos y disponibles ante el dolor? Tengamos en cuenta que el sentirse escuchado y comprendido puede sanar…

¿Qué hacer? Detenerme… ver… escuchar… actuar…

a.- ¿Tengo los ojos abiertos?

b.- ¿Soy comprensiv@?

c.- ¿Tengo manos amigas?

d.- ¿Es receptivo mi corazón?

Oremos: por todos aquellos que están sufriendo y para que el Espíritu Santo nos movilice a actuar para aliviar sus necesidades.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 14 de septiembre de 2020

EL FAVOR DE DIOS

“… el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios…” 
(Juan 3:3)

Es obvio que Dios no está hablando de algo físico, sino de un nuevo anhelo, de una transformación espiritual.

El “nacer de nuevo” recibiendo a Jesús en nuestro corazón, es algo tan sencillo que precisamente por esto mucha gente no lo capta…

¿Por qué? porque siempre pensamos que hay algo te tenemos que hacer para ganar el favor de Dios. Pero uno no se gana el favor como si se tratara de una rifa o de un billete de lotería.

Porque el favor está basado en una relación, no es algo que uno pueda ganar por azar .

No podemos pedirle un favor a un desconocido, sino a alguien con quien tenemos una relación y que confiamos en que hará “eso que le solicitamos”, sólo porque se lo estoy pidiendo.

El favor inmerecido de Dios es la GRACIA. Por gracia somos SALVOS por la FE en la obra de Jesucristo a nuestro favor.

La fe es un regalo…No accedemos a la salvación por obras, para que nadie se jacte, para que nadie se enorgullezca.

¿Qué hacer entonces? Arrepentirnos sinceramente por los pecados cometidos, estar dispuestos a apartarse de ellos y recibir a Cristo en nuestro corazón. Allí recibimos “nueva vida” y comenzamos a caminar con Él.

En ese momento, el Espíritu Santo viene a morar a tu corazón y será tu guía, tu compañero, tu consejero…

Te enseñará todo lo que necesites saber para que te conviertas en la persona que Dios quiere que seas…

Desde ese momento pasarás a ser hijo de Dios y tendrás una familia espiritual, la familia de la fe.

Y podrás comprobar que el Señor honra y visita a quienes lo buscan de todo corazón…

Cuando Dios escoge a alguien, lo atrae hacia Él, tiene contentamiento con él.

Entender esto nos ayuda a recibir el favor de Dios y a disfrutarlo, en lugar de esforzarnos por darle una razón para que tenga contentamiento.

Entonces dejaremos de tratar con nuestras propias fuerzas de “ganar” la aprobación de Dios, en lugar de reconocer que es un regalo suyo, al que se accede sólo por medio de la FE.