Leyendo acerca del proceso de transformación “metamorfosis” que sufre el insecto, desde el huevo hasta llegar a convertirse en una mariposa adulta, surgió en mi mente la comparación de esa situación con nuestra vida.
El intenso esfuerzo que hacen las mariposas para romper su capullo y así poder salir, es lo que les otorga las fuerzas necesarias para volar.
La lucha por resurgir de su natural envoltura, es lo que permite que se vayan formando tan bellos colores y dibujos en sus alas (en realidad esto constituye un medio de defensa).
Si nos compadeciéramos de ella y la “ayudáramos” a salir de su capullo, no sería una mariposa, sino un pequeño insecto, sin fuerza ni colores y al poco tiempo, moriría.
Sin pasar por esa situación previa al momento de salir de su capullo, no podría volar, ni mostrar la belleza de sus alas, ni cumplir el propósito por el cual Dios la creó.
Esto es justamente lo que hace Dios con nosotros. Me emociona y me da mucha paz pensarlo, ya que responde al interrogante de por qué Él permite las dificultades y tribulaciones en nuestras vidas.
Y es que sin esfuerzos, no podríamos crecer y ascender a un nivel superior en nuestros pensamientos, emociones y espíritu e ir transformándonos para mejorar y poder así cumplir Su propósito en cada una de nuestras vidas. El plan perfecto para el que fuimos creados.
Al ir resolviendo las situaciones problemáticas que se nos van presentando, salimos de “nuestro capullo” y nos entrenamos física, psíquica y espiritualmente para AVANZAR y no vivir estancados, infelices y sólo sobreviviendo, en lugar de tener la VIDA ABUNDANTE, por la que Cristo murió en la cruz del calvario.
Dios tiene el poder para romper “el capullo”, “la dificultad” por la que estamos atravesando. Pero si lo hace, si nos allana demasiado el camino, no desarrollaremos fuerza suficiente, ni se producirá en nuestras “alas” ese exquisito colorido y diseño que es capaz de maravillar a todo aquel que “nos vea volar”.
¡¡¡ NO HAY VICTORIA, SIN UNA BATALLA PREVIA!!!.
“Por lo tanto, no desmayamos; aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior, no obstante se renueva día a día… esta tribulación produce en nosotros cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Corintios 16-17)