“Así que, si el Hijo os
libertare, seréis verdaderamente libres” (Jn. 8:36)
La esclavitud fue abolida hace ya mucho tiempo. Sin embargo, en la
actualidad, diariamente vemos en las noticias rehenes en un asalto, robo de
niños, bebés, secuestros de jovencitas que son usadas como esclava sexuales…
Además de estos horripilantes tipos de esclavitud, también existen seres
atados a prisiones mentales.
Pululan las sectas que privan a sus víctimas de la libertad para pensar
y razonar, esclavizándolas a ideologías y prácticas aberrantes.
Nuestro siglo se caracteriza por una búsqueda de espiritualidad. Como
las prácticas son engañosas, muchas personas se dejan “atrapar” obedeciendo a
rajatabla todo lo que sus líderes les mandan sin objetar nada, ni confrontarlo
con nada.
Tales acciones están en oposición con la Palabra de Dios que figura en
La Biblia.
Jesús nunca ejerció presión sobre aquellos a los que enseñaba cuando
estuvo en la Tierra.
Por el contrario, vino a liberar, no a esclavizar. A liberarnos de
nuestras propias pasiones, de nuestro orgullo, de nuestro egoísmo, de la culpa
y de tantos aspectos erróneos que pertenecen a nuestra naturaleza humana y que
nos mantienen cautivos.
Jesucristo con su muerte venció a Satanás que es el principal acusador y
al que le encanta “esclavizar” a los seres humanos.
Gracias a su muerte en la cruz, Jesús liberó a todo aquel que a Él acude
ofreciendo PERDÓN, SALVACIÓN Y LIBERACIÓN.
No obliga ni presiona a nadie para que lo siga.
¡Conócelo!, acércate sin demora, déjalo entrar a tu corazón. De allí no
saldrá jamás y lo seguirás, no por presión o temor, sino por AMOR.
Gracias Señor, porque me
libertaste. Te acepto en mi vida como mi Señor y Salvador. Tu sangre derramada
en la cruz me abrió las puertas de la cárcel en la que estaba. ¡Ahora soy libre
de pecado! Tu sangre me limpió, me sellaste con tu Espíritu y me llevarás día a
día a ir corrigiendo mis errores.