“Mientras callé envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día”
En demasiadas oportunidades nos cuesta expresar lo que sentimos
o lo que deseamos. Tratamos de buscar las palabras más correctas y adecuadas
pero… ni aún así, logramos abrir nuestra boca… Cuando no podemos decir aquello
que nos está lastimando, que nos está molestando, nuestro cuerpo recibirá todas
estas emociones negativas y terminará enfermándose, esto es inevitable.
¿Por qué? porque el cuerpo expresará lo que la boca calla… No es
cierto que el silencio sea salud…
Los conflictos no expresados ante quien corresponde, se
transforman en malestares que no hablarán… ¡gritarán! … Aparecerán síntomas,
que de no ser atendidos, desembocarán en enfermedades: asma; várices; diabetes;
osteoporosis; artritis; dolores permanentes de cabeza, etc.
Y no entendemos por qué nos está ocurriendo esto… El cuerpo se fue
resintiendo por lo que hemos ido callando durante años: infidelidades, malos tratos,
desprecio, falta de respeto, olvidos, ausencia de amor….
Sin embargo, cada vez que existe la oportunidad de decir lo que
pensamos o sentimos, debemos hacerlo, de lo contrario estaremos entregando el
poder.
Podremos entonces encontrar alivio a dolores físicos, psíquicos,
emocionales y espirituales, cuando comencemos a ponerles palabras a tus
sentimientos.
Por supuesto, pidamos a Dios sabiduría para encontrar el tiempo
oportuno y las palabras correctas, pero NO HAGAMOS SILENCIO…
Erróneamente durante años, tal vez pensamos “mejor callo y así
todo continua en paz”
Pero esto es sólo una fantasía… cuando se acumulan temores, enojos, amargura, nuestra boca se abrirá en el peor momento, de la peor forma, usando las palabras incorrectas y lo que tratamos de sostener durante años, se derribará como un castillo de naipes.
Pero esto es sólo una fantasía… cuando se acumulan temores, enojos, amargura, nuestra boca se abrirá en el peor momento, de la peor forma, usando las palabras incorrectas y lo que tratamos de sostener durante años, se derribará como un castillo de naipes.
El tema no consiste en hacer silencio para mantener la paz, sino
en hablar con sabiduría, esa palabra sabia y precisa que Dios pone en nuestros
labios cuando se lo pedimos.
Entonces hablaremos no dubitativamente, sino con firmeza,
diciendo sí o no, en el momento que corresponda, tratando de, con dichos
suaves, atemperar el efecto de lo que tengamos que decir.
Siempre con el condimento de la gracia y el amor… y tal vez esa
situación que tanto nos angustia, se resuelva con mayor facilidad de lo que
alguna vez hemos imaginado…
¡No callemos!... ¡Pongamos en palabras nuestros pensamientos y
emociones!