“Te haré entender y te enseñaré el
camino en que debes andar, sobre ti fijaré mis ojos” (Sal. 32:8)
Todos los seres humanos pasamos por situaciones
de dolor, dolor físico y/o dolor del alma.
Corremos una carrera tan desesperada buscando
lo placentero, lo cómodo, lo práctico, que perdemos de vista que a veces el
dolor es precisamente el síntoma que necesitamos para darnos cuenta de que
“algo” no anda bien.
Ese dolor, esa angustia, esa enfermedad, esa
pérdida, es precisamente la que nos indica en qué lugar, en qué área de nuestra
vida estamos estancados.
¡¡¡Animémonos a dejar de lamernos las
heridas!!! ¡¡¡Pongámonos de pie!!! ¡¡¡Ya no es tiempo de seguir “dormidos”,
¡¡¡Basta de sentir autocompasión!!!…
Hay cosas que deberemos cambiar, yugos que
tendremos que cortar, amarras que deberemos soltar, caminos que es necesario
enderezar, sendas por las que ya no deberemos transitar.
Tendremos que reconocer que previo a toda
VICTORIA hay una gran batalla, que siempre detrás de un ÉXITO hay numerosos
fracasos.
El Señor nos ama y a quien ama disciplina
porque es nuestro papá.
No es lo que me sucede A mí, lo que marcará la
diferencia sino lo que sucede EN mí.
No es el tamaño del problema, sino como YO
MANEJO EL PROBLEMA.
Lo importante no es lo que suceda en la vida,
lo fundamental es no darse por vencido y volver a empezar.
Con Papá, con nuestro ABBA PADRE (papito)
siempre hay una nueva oportunidad, un nuevo comienzo.
Él hace nueva todas las cosas y nos invita a
cambiar nuestra actitud (Is 54:1-3)
Señor, gracias por
estar siempre a mi lado, cuidando mis espaldas, abriéndome paso entre la
multitud. Hoy reconozco que este dolor es resultado de mis malas elecciones y
acepto que hayas permitido que lo padezca porque debo crecer, de tu mano me
levantaré en fe y comenzaré a avanzar hacia un nuevo comienzo. Creo que es
posible, en el Nombre de Jesús. Amén, Amén y Amén.