“… teniendo ojos no veis…”
(Marcos 8:18)
Lo que más me
afectaba era que no podía distinguir a cierta distancia el rostro de las
personas, ni lo que estaba escrito en el pizarrón, en la escuela.
Las cosas se me
volvían cada vez más borrosas, y todo a mi alrededor parecía confuso.
Bueno, para esto hay solución, dijo el
profesional, te recetaré unos lentes de acuerdo a tu problema, para que los
utilices permanentemente, y esto te ayudará a ver mejor.
Estaba, triste y
preocupada por lo que me ocurría porque por coquetería no quería usar anteojos
y menos en forma permanente.
Pasaron los años y
ya con más edad y madurez decidí aceptar esta condición y volví al oftalmólogo.
Al ir a la óptica a
buscar mis lentes nuevos, y al colocárselos miré sorprendida por la ventana de
aquel consultorio.
¡Qué maravilla!,
por fin podía ver que el follaje de los árboles está compuesto de hojitas y no
de algo “compacto” como yo lo veía.
Podía ver todas las
cosas como eran realmente, distinguir el
rostro de las personas, los bellos colores de las flores, leer a largas
distancias, pero lo que más me satisfizo fue la sensación de seguridad que me
produjo, ya que podía ver más claro mi horizonte, sin confusión como me ocurría
antes.
Esto es en cuanto a
nuestros ojos físicos, naturales, pero ¿qué ocurre cuando tenemos enfermos los
ojos del alma, tal vez con el mismo diagnostico de “miopía espiritual”
Esta enfermedad nos
ciega, y no nos permite ver más allá de nuestros problemas y dificultades.
¿A quién recurrir
entonces?
El mejor médico del
alma es Dios, que con su amor y su paciencia, nos da la bendición de su
espíritu y una nueva forma de ver las cosas.
Cuando veamos
nuestro horizonte opaco por las desesperanzas ocurridas, cuando haya personas que nos defrauden porque no pudimos
ver las señales a tiempo y distinguir sus verdaderas intenciones.
Cuando pareciera
que no vemos el peligro que hay a nuestro alrededor, cuando todo se torne
confuso, y no podamos distinguir un futuro con claridad y nuevas fuerzas…
Cuando perdamos el
rumbo de quién somos y cuánto valemos y por eso no podamos distinguir la luz
que tenemos dentro, por lo irritados que están nuestros ojos de llorar y de
sufrir por los fracasos…
¡¡¡ Entreguemos nuestra vida a Jesús!!! , el único
médico que puede darle “lentes a tu alma”...