lunes, 25 de febrero de 2019

Anteojos para mi alma


“… teniendo ojos no veis…” (Marcos 8:18)
 A los 12 años visité por primera vez a un oftalmólogo quien me diagnosticó miopía en ambos ojos.

Lo que más me afectaba era que no podía distinguir a cierta distancia el rostro de las personas, ni lo que estaba escrito en el pizarrón, en la escuela.
Las cosas se me volvían cada vez más borrosas, y todo a mi alrededor parecía confuso.
 Bueno, para esto hay solución, dijo el profesional, te recetaré unos lentes de acuerdo a tu problema, para que los utilices permanentemente, y esto te ayudará a ver mejor.
Estaba, triste y preocupada por lo que me ocurría porque por coquetería no quería usar anteojos y menos en forma permanente.
Pasaron los años y ya con más edad y madurez decidí aceptar esta condición y volví al oftalmólogo.
Al ir a la óptica a buscar mis lentes nuevos, y al colocárselos miré sorprendida por la ventana de aquel consultorio.
¡Qué maravilla!, por fin podía ver que el follaje de los árboles está compuesto de hojitas y no de algo “compacto” como yo lo veía.
Podía ver todas las cosas como eran realmente,  distinguir el rostro de las personas, los bellos colores de las flores, leer a largas distancias, pero lo que más me satisfizo fue la sensación de seguridad que me produjo, ya que podía ver más claro mi horizonte, sin confusión como me ocurría antes.
Esto es en cuanto a nuestros ojos físicos, naturales, pero ¿qué ocurre cuando tenemos enfermos los ojos del alma, tal vez con el mismo diagnostico de  “miopía espiritual”
Esta enfermedad nos ciega, y no nos permite ver más allá de nuestros problemas y dificultades.
¿A quién recurrir entonces?
El mejor médico del alma es Dios, que con su amor y su paciencia, nos da la bendición de su espíritu y una nueva forma de ver las cosas.
Cuando veamos nuestro horizonte opaco por las desesperanzas ocurridas, cuando haya  personas que nos defrauden porque no pudimos ver las señales a tiempo y distinguir sus verdaderas intenciones.
Cuando pareciera que no vemos el peligro que hay a nuestro alrededor, cuando todo se torne confuso, y no podamos distinguir un futuro con claridad y nuevas fuerzas…
Cuando perdamos el rumbo de quién somos y cuánto valemos y por eso no podamos distinguir la luz que tenemos dentro, por lo irritados que están nuestros ojos de llorar y de sufrir por los fracasos…
¡¡¡ Entreguemos nuestra vida a Jesús!!! , el único médico que puede darle “lentes a tu alma”...