“Los que sembraron con lágrimas, con
regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; Más
volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmos 126:5-6)
Hay muchas formas de orar, con palabras, con silencios,
con cánticos, con lágrimas…
La oración líquida son las lágrimas derramadas ante la Presencia del Señor y
desempeñan un papel fundamental en el crecimiento espiritual.
Cuando derramamos nuestro corazón, cuando sembramos
con lágrimas, no sólo recogeremos una cosecha abundante, sino que ello dejará
un espíritu de regocijo en el sembrador.
Cuando nos
quebrantamos delante de la
Presencia de Dios, nuestro orgullo se hace trizas, se
desvanece, desaparece…
…y recién allí es cuando nos decidimos a soltar
nuestra carga y nos disponemos a dársela al Señor.
El resultado de esta actitud será un gozo inefable, un
sueño placentero, un renuevo en el espíritu y una paz infinita que se verá
reflejada en nuestro rostro.
La confianza renacerá y podremos descansar en nuestro
Dios, sabiendo que sus promesas son verdaderas y se cumplirán.
Esto nos ayudará a esperar sin desesperar.
¡Confía en el Señor y no en ti mismo/a!
¡Confía en el Señor y no en tus propias fuerzas!
¡Confía en el Señor y no en las riquezas acumuladas!
¡Confía en el Señor y no en el poder de las conexiones
políticas!
¡Confía en el Señor y no en lo que has construido!
¡Entrégale todas tus lágrimas, las lágrimas de pena,
las lágrimas de sufrimiento, las lágrimas de gozo, las lágrimas de compasión,
las lágrimas de desesperación, las lágrimas de agonía, las lágrimas de
arrepentimiento…
¡No dejes nada oculto delante de la Presencia de Dios!
Tu boca se llenará de risa y tu lengua de alabanza…
Entonces, dirá la gente… ¡grandes cosas ha hecho Dios con …. (escribe aquí tu nombre)
Padre amado, me
postro delante de tu Presencia y derramo ante Ti mi corazón. Tú todo lo ves, Tú
todo lo conoces, en este día, te entrego este dolor, todas mis heridas, para
que vendes cada una de ellas y las cubras con tu aceite fresco, con el ungüento
de tu Santo Espíritu.
Te doy gracias,
porque no sé cómo ni cuándo lo harás, pero lo que sí sé es que cambiarás mi
lamento en baile y mi corazón renacerá. En el Nombre de Jesús, Amén, Amén y
Amén.