“Antes del quebrantamiento es la soberbia y antes de la caída la
altivez de espíritu”
(Pr.
16:18)
El orgullo es causa de la ruina.
Siempre lo que subyace bajo el pecado, o sea la raíz, es el orgullo, el EGO, la
soberbia, la vana-gloria y el excesivo amor a sí mismo… Siempre la altivez de
espíritu conduce a la caída…
La Biblia es un granero repleto
de semillas espirituales: “… que nadie tenga más alto concepto de sí
que el que debe tener” (Ro. 12:3)
Este versículo es un llamado a la
cordura, debemos tener un concepto juso y equilibrado de nosotros mismos… ¿Con
quién nos comparamos?
Cuando nos comparamos con otros,
podemos volvernos arrogantes o acomplejados, según con la vara con que nos
midamos…
Tenemos que contemplarnos desde
la perspectiva del amor y la gracia de Dios “por la gracia de Dios soy lo que
soy… no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor. 15:10)
Él nos tiene en tan gran estima,
que es un pecado menospreciarnos a nosotros mismos, tanto como tener una
actitud altiva y soberbia…
Es necesario que reconozcamos y
aceptemos la valoración justa que Dios hace de nuestra vida. La humildad se
desarrolla cuando nos vemos a la luz de la Palabra como en un espejo y
permitimos que el Espíritu Santo nos transforme.
Tanto el menoscabo como el
orgullo son actitudes que no agradan al Señor y obstaculizan nuestra relación
con Él.
El diálogo interno que tenemos
con nosotros mismos, es algo que tenemos que aprender a controlar.
Nadie puede jactarse ante la
presencia de Dios, es por eso que no debemos gloriarnos y ensoberbecernos por
nuestros logros, porque el único digno de Gloria es Dios, no nosotros… en Él somos aptos... de Él proviene nuestra competencia… no
nos confundamos…
No distorsionemos la imagen,
busquemos el único espejo que nos dará una imagen nítida de lo que realmente
somos: CRISTO…
Es Él en mí, Él es fuerte y
todopoderoso, yo soy débil, vulnerable e insuficiente.
Es la abundante GRACIA la que nos
capacita y nos hace competentes “en algo”…
Gracias Padre,
porque eres Tú quien nos hace aptos, quien nos capacita. Que podamos
reconocerlo y no vanagloriarnos, ni enorgullecernos, pero que tampoco nos
menospreciemos, sino que tengamos un equilibrado concepto de nosotros mismos,
comparándonos con el único modelo que debemos tener, que es tu amado Hijo Jesús.
Amén, Amén y Amén.