“Envió su palabra y los sanó y los libró de su ruina” (Salmo
107:20)
Muchas
veces la enfermedad aparece como consecuencia de la transgresión, es decir de
violar los límites a sabiendas.
Aunque
se vive como un castigo, en realidad, no lo es… ya que no se trata de una
acción directa de Dios, sino de la consecuencia de nuestras acciones por la
mala elección que hemos hecho.
Toda
acción tiene un resultado, esto es así, en lo natural y también en lo
espiritual, ya que lo visible en el mundo natural, es un reflejo del mundo
espiritual.
Ignoramos
las bendiciones que provienen de cumplir la voluntad del Señor y nos exponemos de ese
modo a los juicios que supone violarlas.
“Amó la
maldición y esta le sobrevino, no quiso la bendición y esta se alejó de él” (Salmo
109:17)
Dios
es pura bondad y amor, pero también es un juez justo. Sin embargo, como es
absolutamente misericordioso, nunca nos paga como mereceríamos, su gracia nos
mueve a un arrepentimiento genuino y de ese modo obtener liberación a esos
males que nos afectan.
A
menudo la gente se acuerda de Dios y clama a Él, cuando le asalta la calamidad.
Inevitablemente, nos guste o no, las tormentas nos llegan a todos.
Fuertes
dificultades en todas las áreas, familiar, económica, vincular, laboral, o una
severa enfermedad, pueden alcanzarnos muchas veces como consecuencia de nuestra
decadencia.
No
siempre somos conscientes de ello… Pero la buena noticia es que si buscamos a
nuestro Sanador con un corazón contrito, clamando por liberación, la calamidad,
puede ser trastocada y recibiremos sanidad espiritual que se traducirá en lo
físico.
Dios
nos sana a través de su Palabra, como lo hizo con el siervo del centurión (Mt.
8:8) cuando nos acercamos a Él con confianza y fe… recibiremos ese toque que
tanto estamos necesitando…
Oremos: por
todos los que padecen males, tanto en el cuerpo, como en el alma y aún en el
espíritu…