“Decid al justo que le irá bien,
porque comerá del fruto de sus manos” (Is. 3:10)
Tus manos son las herramientas con
las que Dios te ha bendecido y que has usado y usarás durante toda tu vida.
Con ellas te alimentaste, te vestiste,
escribiste tus primeras letras, las plegaste en oración.
Esas manos temblaron de emoción, se
crisparon de rabia, estuvieron pegajosas, frías, húmedas, tibias…
Esas manos con las que has
trabajado, con las que has acariciado, con la que has criado a tus hijos, con
las que has ayudado a cruzar la calle a un anciano, con las que has mimado a
tus padres, a tus hermanos, a tu mascota…
Esas manos son las que el Señor
tomará entre las suyas cuando te lleve a su Presencia…
¿Qué tienes en tus manos?
Todos tenemos “algo” en nuestra mano
para dar, porque todos hemos recibido dones y talentos.
Muchas veces sentimos que tenemos
poco, que no va a alcanzar, que no va a servir y por vergüenza lo escondemos,
no lo damos.
Pero…Dios da semilla al que siembra
y pan al que come, proveerá y multiplicará tu sementera…
Estás lleno/a de talento, potencial,
creatividad…
Fuiste creado para ser cabeza y no
cola, para prestar a otros, no para deber a nadie…
Estas completo/a, equipado/a…¡¡¡no
te falta nada!!!
¡Nunca pienses que ya está, que
hasta aquí llegaste!
¡Siempre hay más!
¡Hay mucho y bueno!
Descubrí lo que tienes en tus manos,
reconócelo, valóralo y esfuérzate…
¡Tranquilo! ¡Tranquila!
Haz tu parte, Dios hará el resto.
¡Gracias Señor por las cosas que has puesto en mis manos! Hoy tomo la
decisión de descubrirlas y usarlas a mi favor y también para ayudar a otros.
Reconozco que todo lo que soy y que todo lo que tengo provienen de Tu mano. Me
aferro a tu promesa de que me irá bien y comeré del fruto de mis manos. En el
Nombre de Jesús, Amén, Amén y Amén.