La campanilla, planta trepadora y a primera vista
endeble, crece muy rápidamente.
Se enrosca en espirales regulares que van en el mismo
sentido trepando a lo largo de un tutor.
Hermosos capullos alargados aparecen entre sus hojas
que se abren en hermosas flores color rosa o azul, acorde con la especie a la
que pertenecen.
Su duración es muy breve, ya que se marchitan con el
calor a lo largo del día.
Pero a la mañana siguiente, nuevos capullos aparecen
frescos, lozanos y la planta conserva su maravillosa belleza.
Al verla no podemos dejar de reflexionar acerca de la
perfección de la creación y por ende, del Creador.
Dios creó a esa planta para que trepase y nada puede
impedirlo. Si el tutor falta y no tiene algo cerca donde “asirse”, los tallos
comienzan a entremezclarse para poder subir de todos modos.
Comparémoslo con nuestra vida, Dios nos ha dado vida
para que crezcamos hacia Él.
Por medio de la obra de Jesús en la cruz tenemos libre
acceso para llegar hasta nuestro Creador.
Nuestro crecimiento no nos debe llevar a trepar
elevándonos por encima de los demás, sino a reproducir la humildad y consagración
completa a nuestro Padre, que tenía Jesús.
El Espíritu Santo nos da el poder y vela para
mantenernos en comunión con el Padre y el Hijo.
¡Huyamos de todo aquello que deshonra a Dios!
Como las campanillas cada día llevemos fruto fresco y
nuevo que adorne nuestro testimonio de vida.
Señor, quiero
crecer dignamente agradándote en todo, llevando fruto en toda buena obra y
creciendo en Tu conocimiento.
Te pido que día
a día pueda florecer y te dedique esa flor a Ti. Te doy gracias porque eres Tú
quien pone en mí tanto el querer como el hacer para que se cumpla Tu propósito
en mi vida.
Te doy gracias
en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén, Amén y Amén.