“La fe es la
certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb 11:1)
La felicidad es el antídoto del consumismo que
se basa en la insatisfacción del ser humano.
Cuando la persona no se siente plena, en paz
consigo misma, tiene un gran “hueco” que debe ser llenado.
Es precisamente a esto que apela el consumismo.
No es “negocio” la armonía y el equilibrio entre cuerpo-mente y espíritu que
nos permite armar vínculos saludables.
No es negocio la familia sostenida por un
proyecto de vida común.
No es negocio disfrutar de la ternura, la
palabra, una mirada, un gesto amable, la cotidianidad...
No es negocio una mente educada en el dominio
propio, que sabe ponerse límites, sino la necesidad compulsiva de adquirir por
un sentimiento de carencia emocional, afectiva.
No es negocio la calma, la paz, el tomarse un
descanso debajo de un árbol, sino el aturdimiento de los shoppings, los
negocios atiborrados de gente, “los descuentos” (que no son tales), el comprar
de madrugada, el “happy hour” que ni siquiera es nuestro idioma.
No es negocio
la sabiduría, la buena salud, la reflexión, la serenidad…
No es negocio una rueda de amigos, que no estén
pendientes de sus celulares, en una plaza, con su canastita llevando las
galletitas de casa y el mate.
Su verdadero negocio no es apuntar al
bienestar, sino al malestar, confundiendo apetito con hambre, para que la
insatisfacción promueva la búsqueda “afuera” en objetos, en situaciones, lo que
“adentro” no puede encontrarse.
El hambre es una verdadera sensación que nos
lleva a buscar con qué saciarlo (no hablamos sólo de comida)
Pero el “apetito” es ganas de algo, como me dice
mi nieta Abril… bueli, tengo ganas de algo dulce… es lo que el medio incita a consumir.
Tengo sed de…
Cada día se utilizan más psicofármacos para
poder “tolerar la vida” en este proceso cada vez más des-educativo y más
des-esperanzador..
Los psicotrópicos son los medicamentos más
vendidos.
En una prueba de laboratorio se tomó un grupo
de ratitas y se las tiró a una pileta con agua, midiendo el tiempo que tardaban
en morir.
Después se repitió esta prueba, bastante cruel,
por cierto, pero se dividió las ratitas en dos grupos. Al segundo grupo, luego
de unos minutos se les propocionó “tablitas” para sostenerse. Cuando los
animalitos dieron muestras de cansancio, fueron retirados del agua.
Al volver a sumergir a las que tuvieron la
prueba del auxilio, demoraron el doble de tiempo medido anteriormente para
agotar sus energías. La resistencia dependía de la esperanza de creer que algo
las salvaría y esto postergaba sus muertes.
De esta experiencia se desprende que:
La fe también se
aprende, es una fuerza que alimenta la confianza, si nos dejamos caer en la
desesperanza, comenzará a invadirnos la desconfianza.
Gracias Señor, por la
fe que depositaste en mi corazón, por la cual no caigo en el desaliento y espero
confiada/o en tus promesas que son verdaderas, porque no eres hombre para
mentir, ni hijo de hombre para arrepentirte. Gracias por la esperanza en la
vida eterna que me da la confianza para vivir una vida victoriosa. Amén, amén y
amén.