sábado, 15 de junio de 2013

EL ENOJO

“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (Efesios 4: 31)
Cuando existe un enojo afloran todos estos sentimientos y muchas veces nos alejamos de amigos, hermanos y hasta de nuestros padres.
Tomamos dos actitudes que lejos de resolver el problema, lo agravan.
1) Dándole rienda suelta a través de la ira, con gritos, maledicencia, e indignación…
2) Ignorándolo. No lo enfrentamos entonces pensamos que no existe. La consecuencia será un gran resentimiento y raíces de amargura crecerán en nuestro corazón.
Será necesario reconocer que estamos enojados y recurrir a la ayuda de Dios para poder liberarnos de esta situación.
Pero para ello es necesario que reconozcamos que existe, porque solo vamos eliminar algo si podemos reconocer que existe y es dañino para nuestra vida.
Ya sea que estemos enojados con nosotros mismos, con otra persona, o con Dios por algo que pasó y que nos causó un  gran dolor, tenemos que aceptar nuestra responsabilidad por ese sentimiento.
Pretender que no existe, o decir “yo nunca me enojo”,   o “no estoy enojado sino dolido/a”, no sirve de nada.
Si siente algún enojo, reconózcalo y después identifique su origen. Saber quién o qué desató la furia puede evitar que dirijamos mal la irritación contra alguien que es inocente, afectando a los que están a nuestro alrededor. Muchas veces dañamos a las personas que más amamos, cuando por impotencia volcamos en ellos nuestra ira, cuando realmente no tienen nada que ver con esa situación.
Un dicho popular reza: “las palabras se las lleva el viento” pero yo creo que no es cierto, sino que las palabras son “cuchillos afilados” que se clavan en el corazón de nuestros seres amados desgarrándolo, dañándolo  y dejando graves heridas que solo Cristo y su amor pueden sanar. Para identificar el origen de nuestro enojo deberemos respondernos:
  • ¿Por qué estoy enojado/a?
  • ¿Contra quién estoy enojado/a?
  • ¿Qué fue lo que me hizo sentir de esta manera?
  • ¿Dónde o cuándo comenzó mi enojo?
  • ¿He estado enojado/a durante mucho tiempo?
  • ¿Como podré neutralizar este enojo?
Una vez que conozcamos la fuente de nuestro enojo, será tiempo de perdonar. 
Muchas veces tenemos enojo contra alguien que ni siquiera está enterado o que quizá ya está muerto. Seguimos cargando con esa cólera por las heridas recibidas. La cólera y la falta de perdón van a menudo de la mano, y son una pesada carga que nos debilitan. Son a su vez armas usadas por el diablo para destruir relaciones y paralizarnos.
Dejar el enojo significa caminar en la voluntad de Dios acercándonos a Él con paso ligero. Dejémosle la pesada carga del enojo, el miso dijo: Venid a mi todos los que estéis cargados y angustiados y YO dice Jesús los haré descansar, aprendamos a reposar en Jesús, que su amor llene nuestro corazón y nos ayude a perdonar y aceptar a todas las personas tal y como son, así como Él nos acepta a nosotros con todos nuestros defectos y malas actitudes que aún persisten.