“No me deseches en el tiempo de la vejez; no me desampares cuando mi fuerza se acabe. Aun en la vejez y en las canas, no me desampares, oh Dios…” (Salmo 71:9-18)
Una vez por semana visito un hogar de ancianos. Estando con ellos tengo la posibilidad de observar y analizar las distintas reacciones de las personas que transitan por la etapa final en el largo camino de su vida.
Los más afortunados que pueden desplazarse, tienen sin embargo, un andar lento y taciturno.
Cargan en sus espaldas ¡una larga vida llena de experiencias! Alegrías, tristezas, logros y frustraciones…
Muy pocos son los que se resisten a la entrega y siguen acariciando sueños y proyectos.
Otros, confunden el pasado con el presente y no vislumbran futuro...
En numerosos casos, mucha soledad los rodea, carencia de afecto y de misericordia de parte de aquellos a los que tal vez dedicaron muchas horas de cuidado, tiempo y esfuerzo.
Es triste ver el menosprecio, que algunos demuestran hacia aquel manantial inagotable, de historias y sabiduría acumulados con los años.
Sus manos callosas y arrugadas, hablan de trabajo duro y constante. Nos podrían dar lecciones acerca de cómo levantar al caído, llevar consuelo, o de arrullar a un niño para que se duerma más tranquilo.
Definitivamente, la vida nos pondrá también al ras, un día. Igualará los desniveles de los que ahora tal vez alardeamos, ignoramos o incluso renegamos, debido a nuestra intolerancia y apuro.
Si en nuestra familia, en la Iglesia, o en la comunidad tenemos cerca un anciano, considerémonos privilegiados.
Quizás por medio de ellos, Dios nos brinda la oportunidad de servir. Quizás nos quiera enseñar a amarlos, a visitarlos, a compartir tiempo con ellos, a escuchar sus historias, aunque muchas veces la realidad venga mezclada con sus fantasías.
Vamos a transitar con ellos como copilotos, esta recta final, teniendo en cuenta que como todo lo que se da, vuelve multiplicado, otros lo harán con nosotros, algún día.
Acompañemos este proceso, en el que cambiarán este “vestuario corruptible”, que han vestido toda su vida, por uno “glorioso e incorruptible”, apto para habitar eternamente en las moradas celestiales.
Honremos al Señor, honrando al anciano, porque este es su mandato:
“Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano”
(Levíticos 19:31)
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