“… fortaleceos
en el Señor y en el poder de su fuerza” (Efesios 6:10)
Tal vez una tristeza profunda ha
embargado tu corazón y has dejado de sonreír. Sientes una presión fuerte en tu
pecho, una sensación de inseguridad por lo que estás viviendo, quisieras que
las cosas fueran diferentes, que los problemas que hoy tienes a la
vista no existieran y clamas a Dios pero sientes que no te escucha.
Al no ver nada de lo
que quisieras ver has sido presa de un fuerte desanimo, de una fuerte
depresión, de sensaciones que sólo te llenan de miedos y pensamientos de
derrota.
Para esos momentos en
donde todo está en contra porque nada esta saliendo bien, lo
único que puedes hacer es entregarte a Dios.
Reconocer que ya
no tienes control alguno sobre todos esos asuntos que te afligen,
que ya no puedes más y que por más que piensas
una y otra forma de cómo salir de la situación, no encuentras la manera.
Todos pasamos por momentos así,
episodios de nuestra vida que sólo nos traen preocupación por lo que
pasará o por los resultados nada buenos que se ven venir, pero en
medio de ese tsunami de sentimientos, llega un momento en
donde simplemente tienes que rendirte, en
donde simplemente tengo que doblar mis rodillas y esperar el favor
de Dios.
Nada de lo que haga, piense
o quiera puede cambiar las cosas, solo Dios es el único que puede
hacer el milagro que esperamos.
Y es que cuando nos entregamos
a Dios algo maravilloso pasa, algo sucede en el ámbito espiritual.
Cuando todo nuestro ser se doblega, cuando reconocemos que ya no podemos más,
cuando reconocemos nuestra dependencia de Dios, entonces es allí
cuando el panorama comienza a cambiar.
Dejamos de intentarlo
nosotros para cederle nuestro lugar a Dios, y si hay alguien que
puede hacer cosas sorprendentes, ese es nuestro Dios Todopoderoso.
Muchas veces queremos solucionar
las cosas en base de nuestra capacidad humana, hacemos todo lo que
podemos para encontrar una respuesta y no la encontramos, nos desanimamos
al ver que somos incapaces de solucionar los problemas que se nos presentan, en
su lugar lo que debemos hacer es dejarlo de intentar en nuestras propias
capacidades y cederle ese lugar a Dios, comenzar a depender EN
FE de lo que Dios quiere y puede hacer en nuestra vida.
Cuando nosotros depositamos
totalmente nuestra FE en Dios, Él nos honra y toma el lugar
que le corresponde y hace de aquello que nosotros creíamos destruido algo
hermoso, pues sus planes siempre son mejores que los nuestros.
¡Ríndete delante
de Dios! Entrégale el control de tu vida y de esta situación que te está
atormentando, dirigí tu rostro al cielo y confiadamente dí:
¡Señor, ya no puedo más, te entrego el timón de mi vida
y de esta situación, toma Tu mi lugar! Dependo sólo de vos que tienes planes de
bien para mí, sé que en tus manos este problema será revertido en bendición y
harás de ello algo hermoso”.
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