“…también Cristo padeció por nosotros, dejándonos
ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1º Pedro 2:21)
Jesús buscaba en todo momento agradar a Dios y hacer Su voluntad. Él
nació del Espíritu Santo, al igual que nosotros, los que hemos aceptado a
Cristo como nuestro Señor y Salvador.
Fuimos limpiados por su sangre, perdonados y hemos nacido de nuevo.
El Espíritu Santo que moraba en Jesús, también anida en nuestro ser
desde el mismo momento de nuestra conversión.
Jesús estaba lleno del Espíritu Santo y en ese poder obraba, su fruto
abundaba en Él, que lo dirigía y lo guiaba.
Nosotros también tenemos el poder y la autoridad del Espíritu Santo y
como hijos de Dios debe abundar el fruto.
Tenemos el privilegio de contar con su dirección y su guía.
El Hijo de Dios siempre apelaba a la autoridad de las escrituras. Está
consignado en el Nuevo Testamento veinte veces “escrito está”.
Era celoso respecto de su cumplimiento y nos advirtió acerca del peligro
de no obedecerla.
La oración ocupaba un lugar fundamental en su vida. ¡Cuántas veces
leemos en la Palabra “se apartaba a orar” Y cuántas veces lo hacía en público.
Oraba ante los logros, antes de tomar decisiones…¡¡¡murió orando!!!
Tenía la seguridad absoluta de que el Padre lo escuchaba.
“Anduvo haciendo el bien” nos dice en Hechos 10:30.
Tenemos que imitar a nuestro modelo y permitir que el Espíritu Santo
trabaje en nuestro carácter y personalidad hasta que Cristo sea formado en
nosotros.
Su tarea fue activa e incesante motivada por su gran amor hacia una
humanidad caída.
Esta tiene que ser nuestra motivación, el amor por las almas y el
ferviente deseo de que conozcan al Salvador, para que puedan disfrutar de una
vida en libertad aquí en la tierra y la vida eterna más allá de la muerte.
Padre amado, en el Nombre de
Jesús, te pido que pongas en mí un ferviente deseo de aprender las enseñanzas
que Jesús nos dejó.
Reconozco que tu pones en mí
tanto el querer como el hacer por tu buena voluntad.
Sé que cuento con la ayuda
imprescindible del Espíritu santo que me irá transformando.
¡Gracias te doy, en el Nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! Amén, Amén y Amén.
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