“Así
que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36)
Dios nos creó LIBRES, pero el hombre cayó en la esclavitud del pecado
por soberbia, ansias de poder, rebelión…
Satanás “engañó” a los primeros hombres (Adán y Eva) y éstos perdieron
esa libertad al desobedecer a Dios y convertirse en esclavos del pecado.
A partir de ese momento todo el género humano sufre las consecuencias de
ese pecado que nos aleja de Dios.
¡Cuántos hechos deleznables son gestados en las mentes egoístas y los
corazones esclavos del pecado!…
El dinero, el orgullo, la vanagloria, el sexo, el alcohol, la
pornografía, las drogas (de todo tipo) gobiernan miles y miles de vidas.
Entonces… ¿no hay salida?
La única salida posible es Jesucristo. Él también estuvo expuesto a
tentaciones (igual que nosotros) cuando estuvo en la tierra encarnado en un ser
humano, igual que tú y que yo, pero resistió al enemigo.
¿Cómo pudo resistir? (Lucas 4:2-13)
1) Mediante la Palabra; 2) Sometiéndose a Dios.
Él fue el único hombre perfecto, nunca pecó, sino que por el contrario,
dio libertad a todos los cautivos y llevó consigo en la cruz “cautiva la
cautividad”. Él pagó con su vida el rescate, la redención por cada uno de
nosotros. Saldó la deuda (la tuya y la mía) pagó el precio necesario para que
fuéramos libres por su sangre derramada.
En la antigüedad cuando alguien pagaba el rescate por un esclavo, podía
liberarlo. Esto mismo hizo Jesús por cada uno de nosotros ya que estábamos
esclavos del pecado producto de la desobediencia de los primeros hombres.
¿Estás en esclavitud? ¡Corre a Cristo? Una vez que le abras tu corazón,
pasas a ser un hijo de Dios y el diablo ya no tendrá más parte en ti.
¿Sabes cuál es el modo de resistir? ¡Escondida/o en los brazos del
Salvador! ¡El enemigo huirá de ti!
Mi buen Jesús, hoy con humildad y sencillez me acerco
a Ti para abrirte mi corazón para que vivas en él. Me arrepiento por los
pecados cometidos hasta ahora y te acepto como mi Salvador. ¡Gracias te doy por
rescatarme de la muerte espiritual y darme una nueva vida. Creo que eres el
Hijo del Dios viviente, que derramaste tu sangre por mí para darme libertad,
que resucitaste y estás a la derecha del Padre. Sé que vendrás a buscarme un
día, para compartir el paraíso conmigo para siempre. Amén, Amén y Amén.
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