domingo, 17 de mayo de 2020

LA ALTIVEZ


“Antes del quebrantamiento es la soberbia y antes de la caída la altivez de espíritu” (Pr. 16:18)
El orgullo es causa de la ruina. Siempre lo que subyace bajo el pecado, o sea la raíz, es el orgullo, el EGO, la soberbia, la vana-gloria y el excesivo amor a sí mismo… Siempre la altivez de espíritu conduce a la caída…
La Biblia es un granero repleto de semillas espirituales: “… que nadie tenga más alto concepto de sí que el que debe tener” (Ro. 12:3)
Este versículo es un llamado a la cordura, debemos tener un concepto juso y equilibrado de nosotros mismos… ¿Con quién nos comparamos?
Cuando nos comparamos con otros, podemos volvernos arrogantes o acomplejados, según con la vara con que nos midamos…
Tenemos que contemplarnos desde la perspectiva del amor y la gracia de Dios “por la gracia de Dios soy lo que soy… no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor. 15:10)
Él nos tiene en tan gran estima, que es un pecado menospreciarnos a nosotros mismos, tanto como tener una actitud altiva y soberbia…
Es necesario que reconozcamos y aceptemos la valoración justa que Dios hace de nuestra vida. La humildad se desarrolla cuando nos vemos a la luz de la Palabra como en un espejo y permitimos que el Espíritu Santo nos transforme.
Tanto el menoscabo como el orgullo son actitudes que no agradan al Señor y obstaculizan nuestra relación con Él.
El diálogo interno que tenemos con nosotros mismos, es algo que tenemos que aprender a controlar.
Nadie puede jactarse ante la presencia de Dios, es por eso que no debemos gloriarnos y ensoberbecernos por nuestros logros, porque el único digno de Gloria es Dios, no nosotros… en Él somos aptos... de Él proviene nuestra competencia… no nos confundamos…
No distorsionemos la imagen, busquemos el único espejo que nos dará una imagen nítida de lo que realmente somos: CRISTO…
Es Él en mí, Él es fuerte y todopoderoso, yo soy débil, vulnerable e insuficiente.
Es la abundante GRACIA la que nos capacita y nos hace competentes “en algo”…

Gracias Padre, porque eres Tú quien nos hace aptos, quien nos capacita. Que podamos reconocerlo y no vanagloriarnos, ni enorgullecernos, pero que tampoco nos menospreciemos, sino que tengamos un equilibrado concepto de nosotros mismos, comparándonos con el único modelo que debemos tener, que es tu amado Hijo Jesús. Amén, Amén y Amén.

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