“Seguid la paz con todos y la
santidad sin la cual nadie verá al Señor” (Hb. 12:14)
El plan de Dios para sus hijos es que vivamos
una vida santa y nos ha dado el Espíritu Santo para que ello sea posible (1º
Tesal. 4:7-8)
¡Qué pena que no nos demos cuenta de este
privilegio y vivamos una vida de derrota, sin gozo!
Una vida santa es una vida normal, común pero
consagrada a Dios.
Una vida que le sea agradable, una vida de
superación, progreso y crecimiento.
Una vida que crezca en Su gracia y que se NOTE.
Una vida “apartada” del mal.
Una vida transformada, diferente a como viven
los que están apartados de él (Ro. 6:4)
¿Cómo se manifiesta esa nueva vida?
En el amor. Ser santa/o implica estar sana/o y
libre de toda característica de falta de amor como son la crítica, los celos,
la amargura, la competencia, la rivalidad…
Una vida que demuestre lo que decimos en
palabras. Una vida que traduzca en obras lo que el Señor espera de cada uno.
Debemos vivir una vida santa por obediencia. Él
nos ha llamado a la santificación y si desechamos este llamado, estamos
rechazándolo.
¿Estamos cumpliendo con este llamado o lo estamos
desoyendo?
Por supuesto que no podemos llegar a la
santidad con nuestras propias fuerzas, sino con el poder del Espíritu Santo que
nos ha sido dado.
Debemos reconocer su Presencia, aceptar Su
persona, ajustando nuestra vida a sus enseñanzas y de ese modo RECIBIREMOS su
Poder Por la FE.
Gracias, Dios mío, en
el Nombre de Jesús, porque no tuviste en cuenta mi pequeñez y me llamaste a ser
tu hija a través de la fe en tu único Hijo Jesucristo que murió por mí. Hoy
decido aceptar y apropiarme de los infinitos recursos que me provee el Espíritu
Santo, para crecer en santidad y obediencia, porque quiero ver tu rostro, Amén,
Amén y Amén.
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