Muchas veces somos “atacados” por personas. ¡Claro!, nos duele, nos
sentimos mal, heridos, ofendidos y lastimados.
Tal vez hasta levantan calumnias y hablan mal de nosotros pretendiendo
desacreditarnos.
¡Tranquilo/a!
“Mi socorro viene de Jehová…” (Sal 121:2)
Tuve una experiencia en Nono, una localidad muy pintoresca situada en
Traslasierras, provincia de Córdoba, que grafica esta situación por la que
demasiadas veces pasamos a lo largo de la vida.
Iba caminando por la vera del río de los sauces y de pronto comenzó a
sobrevolar justo por la zona donde yo debía pasar, un pajarraco visiblemente
enojado.
Al principio me molesté bastante y reconozco que me asusté, porque cada
vez volaba más bajo, en círculo justo encima de mi cabeza. Era innegable su intención
de atacarme.
Tratando de mantenerme calmada, recurrí a mi Padre solicitándole un SOS
en el Nombre de Jesús para Su oportuno socorro.
Ya más tranquila intenté descifrar qué le estaba sucediendo al ave.
Se trataba de un tero macho que se sentía amenazado por mi presencia ya
que era época de reproducción y seguramente cerca de allí habría un nido con
huevos o polluelos recién nacidos.
Apareció por allí en ese momento tan difícil la chata de mi esposo ¡qué
alivio! Prontamente me subí y agradecí a Dios ya que pude ver que fue
precisamente mi esposo el auxilio que me mandó el Señor para socorrerme.
¡Cuántas veces el que nos ataca lo hace porque se siente amenazado! Esto
no lo excusa, por supuesto pero qué bueno es que lo podamos entender para no
sentirnos tan lastimados.
El problema es del otro, no nuestro. Tal vez hemos contribuido para que
se sintiera así, o quizá no. No nos olvidemos que el aspecto de amenaza es algo
interno, que no tiene que ver con el otro, sino con nosotros mismos.
Lo importante aquí es que no nos quedemos “enganchados” en esta
situación y menos aún que generemos raíces de amargura.
Padre amado, en el Nombre de
Jesús, te pido que no permitas que crezca en mí la semilla de la ofensa. Que
pueda ponerme en el lugar del otro y sentir misericordia y compasión hacia
él/ella, tal cual como lo hacía Jesús. Que no crezca en mí ninguna raíz de
amargura que me impida vivir una vida victoriosa. ¡Gracias, sé que me escuchas!
Amén, Amén y Amén.
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