martes, 14 de febrero de 2017

SER HUMILDES

“No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Más alábese en esto el que haya de alabarse: en entenderme y conocerme, que yo soy el señor”
(Jer 9:23-24)
Reza un dicho popular, “no hay remedio para el mal del orgulloso, porque una planta maligna ha echado raíces en él”
La Palabra de Dios nos dice que Dios atiende a los humildes, pero al altivo lo mira de lejos.
¿Por qué? Pues porque en las personas llenas de sí mismas, no hay lugar para Dios.
En numerosos pasajes de la Biblia Dios tiene palabras muy duras para los altivos, soberbios y arrogantes.
He aquí algunas cosas que se deben tener en cuenta a la hora de cultivar la humildad de corazón.
 1.- Procura descubrir lo mejor de cada uno, de todos podemos aprender algo, ya que el otro tiene experiencias que yo no poseo y en eso me aventaja.
 2.- Elogia sinceramente a los demás. Al mencionar sus buenas cualidades, más virtudes, hallarás en ellos.
 3.- No te demores en admitir tus errores. Quienes no reconocen que se equivocan, vuelven a caer una y otra vez en los mismos errores y terminan marginándose de los demás.
 4.- Sé el/la primero/a en disculparte después de una discusión. Decir perdón mata el orgullo y termina con el altercado.
 5.- Admite tus limitaciones y necedades. Pide y acepta la ayuda de los otros.
 6.- Sirve a los demás, presta un servicio comunitario, adquirirás humildad y ganarás el cariño y la gratitud de muchas personas.
 7.- Aprende algo nuevo, es una experiencia que aporta humildad.
 8.- Reconócele a Dios el mérito de toda cualidad que tengas y de todo lo bueno que te ayuda a ser. Él te creó y todo lo que eres y tienes le pertenece.
 9.- Sé agradecido/a
10.- Admite que no es tan importante tener la razón, sino mantener la paz.

Señor, en el Nombre de Jesús, te pido que realices en mí una cirugía a corazón abierto si es necesario. Cambia mi corazón, por uno manso y humilde, por un corazón perdonador. Ayúdame para que la soberbia nunca se enseñoree de mí y que por ningún motivo me enorgullezca. Amén, Amén y Amén.


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