“Tú eres Dios que ve, porque dijo: no he visto también
aquí al que me ve” (Gn.16:13)
Caminando muy temprano en la mañana, al mirar hacia mi
derecha mi sombra me acompañaba. Sonreí, porque en ese momento mi mente recordó
el Salmo 12:5 (en realidad fue el Espíritu Santo quien lo trajo a mi memoria) Jehová
es tu guardador, es tu sombra a tu mano derecha…
En ese preciso momento y sé que no existen las
casualidades en el Reino de Dios, al que pertenezco, un ave emitía su inconfundible
“ven-te-veo”
Mi corazón de “hinchó” de una sensación de paz y
quietud (a pesar de estar en movimiento) y seguridad.
Era Dios hablándome a través de un pájaro, era Dios
manifestándose en mi sombra.
Era Dios diciéndome: ¡tranquila!... ¡Soy tu guardián!...
¡No estás sola. Una y otra vez miraba mi sombra… una y otra vez escuchaba… ¡ven, te veo!... Y pensé cómo lo
natural, lo visible, lo palpable, es un reflejo de lo sobrenatural, de lo que
no vemos, de lo que muchas veces no entendemos, pero que es tan real, como el
aire que respiramos.
Mi guardián, mi protector, mi cuidador, mi pronto
auxilio, mi proveedor, el que nunca se duerme… quien vela por mí, día y noche,
mi S.O.S.
Él es quien me sostiene y me preserva de todo mal.
¡Quién puede sentirse solo y abandonado si hace suyas
estas promesas maravillosas!…
En un mundo convulsionado e individualista, estas
promesas están a disposición de todo aquel que reconozca su necesidad
espiritual y lo busque de todo corazón…
Él te VE… y te llama… VEN…
El canto del ave es ruidoso y chillón, pero el del
Señor está repleto de amor y… BIEN TE VE…
Sus cuidados amorosos se extienden las 24 hs de los
365 días del año,
o sea… ¡siempre!
Dios te cuidará ahora y siempre por donde quiera que
vayas, claro, hay una condición… que le creas, que le abras tu corazón y estés
dispuesto/a a escuchar Su voz…
Gracias, te doy
Señor, porque tus ojos están vigilantes sobre mí, no para condenarme, sino para
cuidarme, protegerme y salvarme de todo mal. Ayúdame a creer siempre estas
enormes verdades que me acompañarán a lo largo de toda mi vida, hasta que
vuelvas a buscarme para disfrutar para siempre de tu Presencia. Dejaré como un
valiosísimo legado mi fe a toda mi descendencia, en el Nombre de Jesús. Amén,
Amén y Amén.
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